*** La Autoridad moral del Árbitro: más allá del silbato ***

  

En el baloncesto, como en la vida, ejercer con dignidad y honestidad es muchas veces una decisión solitaria. El arbitraje, aunque muchas veces invisible, es una de las columnas que sostienen este deporte. Y sin embargo, quienes se atreven a ejercerlo con integridad y criterio propio, sin someterse a presiones, muchas veces acaban apartados, ignorados o directamente expulsados del sistema.

He conocido colegiados brillantes, trabajadores, apasionados por el baloncesto, personas con valores que antepusieron siempre la justicia del juego a las conveniencias de sus "mandos". ¿Su error? No callarse, no acomodarse. El resultado: ni ascensos, ni reconocimiento, y en muchos casos, la obligada retirada de una vocación.

Recuerdo una ocasión en Arcos de la Frontera, durante una final entre equipos de la sierra. La violencia en partidos anteriores había ahuyentado a los árbitros federados, y los organizadores recurrieron a mí, entrenador nacional, para que arbitrara. Lo hice solo, aceptado por todos.

Pero al primer fuera de campo, un jugador protestó airadamente. Le entregué el silbato y le dije: "Toma, pita tú que eres tan listo". Me disponía a marcharme. Fue entonces cuando los propios jugadores lo increparon, me pidieron que siguiera, y el partido continuó sin un solo incidente más. Al final, todos me agradecieron el gesto.

Este episodio me reafirmó en una convicción: la autoridad no se impone, se proyecta. Y un árbitro debe proyectar firmeza, coherencia y equidad desde el primer segundo. No puede permitir que las "figuras" tengan más margen de protesta que el resto, ni caer en la trampa del protagonismo técnico sin sentido: revisar si un pie pisó la línea cuando un equipo gana de veinte es una teatralización que desvirtúa el juego.

El baloncesto europeo debe resistir la tentación de americanizarse a toda costa. No somos un show. Somos un deporte de equipo, de ritmo, de tensión competitiva, no de pausas televisadas.

Ser árbitro es muy difícil. Pero ser árbitro íntegro, firme y justo lo es aún más. Y eso merece respeto. Porque el que hace cumplir la ley, muchas veces, también necesita que lo defiendan de quienes hacen "la trampa" desde arriba.

Ojalá este mensaje llegue a quienes siguen creyendo en este deporte como una pasión limpia y compartida.

Predicando en el Desierto
Miguel A Soto