*** Jordan no buscaba gustar. Buscaba ganar. Y esa diferencia lo separó del resto ***
A Michael Jordan muchos lo recuerdan por los mates, los tiros imposibles o los seis anillos. Yo no. Yo lo recuerdo por la fuerza bruta con la que vivía cada segundo adentro de la cancha.
Ese tipo no jugaba: imponía.
Jordan tenía algo que hoy parece prohibido: furia.
Ese tipo no jugaba: imponía.
Jordan tenía algo que hoy parece prohibido: furia.
Una agresividad competitiva que no pedía disculpas, que incomodaba, que exigía, que te dejaba sin excusas. No era simpático. No era diplomático. Era dominante.
Y esa es la parte que casi nadie quiere aceptar: Jordan no llegó a la cima por ser talentoso; llegó porque estaba dispuesto a ir más lejos que todos.
Su fuego era incómodo, sí. Pero también era su motor.
Sin esa bronca interna, sin ese orgullo feroz, sin ese “no vas a poder conmigo”, Jordan habría sido uno más. Con ella, cambió para siempre la NBA.
Porque hay jugadores que compiten… y hay jugadores que consumen al rival. Jordan era de los segundos.
Su legado no es un número. No es un récord.
Su legado es una idea simple y brutal: si quieres ser el mejor, tienes que arder más que los demás.
Y Jordan ardió.
Por eso es el mejor de todos.
Y esa es la parte que casi nadie quiere aceptar: Jordan no llegó a la cima por ser talentoso; llegó porque estaba dispuesto a ir más lejos que todos.
Su fuego era incómodo, sí. Pero también era su motor.
Sin esa bronca interna, sin ese orgullo feroz, sin ese “no vas a poder conmigo”, Jordan habría sido uno más. Con ella, cambió para siempre la NBA.
Porque hay jugadores que compiten… y hay jugadores que consumen al rival. Jordan era de los segundos.
Su legado no es un número. No es un récord.
Su legado es una idea simple y brutal: si quieres ser el mejor, tienes que arder más que los demás.
Y Jordan ardió.
Por eso es el mejor de todos.
Predicando en el Desierto
Miguel A. Soto






