*** NO TODO ES BALONCESTO: LA BORRASCA DE LA CATÁSTROFE DE VALENCIA SE ORIGINÓ EN EL GOLFO DE CÁDIZ ***
Este contraste provoca una gran inestabilidad atmosférica, que es característica de las Dana (Depresión Aislada en Niveles Altos), más conocida como gota fría.
En el caso de la Comunidad Valenciana, esta Dana puede arrastrar humedad del mar Mediterráneo y provocar fuertes lluvias, tormentas y vientos intensos, especialmente cuando las condiciones topográficas y la temperatura del agua favorecen la formación de nubosidad y precipitaciones torrenciales.
Durante la época romana, se cree que Jerez estaba más cerca de la costa y de zonas marítimas.
La transformación del terreno y la construcción de infraestructuras sobre antiguos cauces y zonas húmedas han afectado el sistema de drenaje natural de la ciudad, aumentando la posibilidad de inundaciones.
El hecho de que Jerez esté relativamente cerca del río Guadalete es también un factor que contribuye a las inundaciones. Cuando se producen lluvias intensas, especialmente durante fenómenos como las Dana, el nivel del río puede aumentar y generar desbordamientos.
Además, aunque Jerez no esté en la costa, la cercanía al Atlántico puede hacer que se vean afectadas por borrascas provenientes del golfo de Cádiz. Estas borrascas, al moverse hacia el interior, pueden ocasionar lluvias intensas en poco tiempo.
La creciente urbanización y la canalización de antiguos arroyos y zonas de escorrentía han reducido la capacidad de absorción del suelo, aumentando así el riesgo de inundación.
Aunque no tan propicia como Valencia, Jerez sí puede considerarse vulnerable a inundaciones, especialmente bajo condiciones meteorológicas adversas que ahora son más frecuentes debido al cambio climático.
La naturaleza es una fuerza invencible y el hombre no puede con ella.
La erupción del Vesubio sepultó la ciudad de Pompeya, Italia, bajo al menos seis metros de escombros volcánicos.
Lo que no se debe olvidar en ningún caso es la historia. Hace dos mil años Pompeya desapareció bajo la lava del volcán Vesubio. Además, también desaparecieron otras ciudades cercanas, como Herculano, Oplontis, y Estabia. Desde la Antigüedad siete ciudades han sido destruidas por los volcanes.
No obstante, hay quien supone que las erupciones volcánicas ocurren muy esporádicamente. En realidad, cada día hay unas veinte de diferente intensidad.
Tampoco habría que olvidar que, en contra de lo que creen los seudoecologistas, la naturaleza es una fuerza invencible. No hay construcción humana que se le resista. Las avalanchas y corrimientos de tierras sepultan carreteras, puentes, viviendas y poblaciones completas. Las montañas se derrumban y el barro llena los valles. En junio la localidad de Baños de Agua Santa, en Ecuador, fue sepultada por numerosos corrimientos de tierra provocados por las lluvias torrenciales.
En setiembre un corrimiento de tierras sepultó un pueblo en Vietnam.
El año pasado se produjo un incendio especialmente grave en Hawai que devastó la ciudad de Kula y causó 120 muertes, es decir, la mitad de la cifra mundial de aquel año, y la segunda más letal en el período 2000-2023.
El año pasado hubo pocas inundaciones, pero una particularmente grave en el Congo causó casi 3.000 muertes.
El terremoto que sacudió a Siria y Turquía en febrero del año pasado provocó 55.000 muertos y 120.000 heridos. Se trata del más importante desde el de Haití de 2010.
Los huracanes no sólo derriban las murallas más altas, sino que su radio de acción se prolonga por las regiones que atraviesan, dejado un rastro de destrucción. Uno de los más conocidos fue el huracán Katrina, que se desató en 2005. Un millón de personas fueron evacuadas y la población de Nueva Orleans se redujo a la mitad. Resultaron dañadas por la tormenta el 70 por cien de las viviendas ocupadas de Nueva Orleans.
En 2022 el huracán Ian destruyó los rompeolas de Florida y una semanas después otro huracán, el Nicole, derribó numerosos edificios altos que cayeron al Océano Atlántico.
Los lagos se secan y otras regiones se inundan. Hace unos días anunciamos que al sur de Marruecos había reparecido el lago Iriki en medio de las arenas y hace diez años reapareció otro en mitad del desierto tunecino, que cubre un área de unas 1,5 hectáreas y tiene más de 15 metros de profundidad en algunas zonas.
Lo mismo ocurrió en febrero en una de las regiones más secas de Estados Unidos: el Valle de la Muerte, en California. La aparición del lago se debió a las fuertes tormentas y los medios dijeron que era temporal, aunque en realidad no lo sabían.
En 2022 el lago Sawa, en Irak, se secó por primera vez en siglos y los seudoecologistas se frotaron las manos: era una consecuencia del cambio climático. Pero dos años después, en el mismo Irak, apareció lo que los medios calificaban como un “mar” en medio del desierto. Sin embargo, que un lago aparezca en medio del desierto “es más común de lo que parece”, decía un medio, añadiendo que ya “existía hace cientos de años, tal y como han mostrado algunas escrituras antiguas que han dado datos de cómo era antes. Un mar que es en realidad un lago interior que ha vuelto a aparecer después de años en el que se creía que habría llegado a su fin de forma definitiva”.
Como todo en la naturaleza, los lagos son temporales, se llenan y se vacían. Uno de ellos es el Aral, como ya expusimos. Otro es el Poopó que, con 3.000 metros cuadrados, es la segunda extensión de agua dulce de Bolivia.
A lo largo del siglo XX el Poopó estuvo completamente seco entre 1939 y 1944 y entre 1994 y 1997, mientras que entre 1969 y 1973 quedó reducido a unos cuantos charcos salados. Pero el lago ha vuelto todas las veces: regresó en los años cuarenta, volvió en los setenta y a principios de 2017.
No obstante, hay quien supone que las erupciones volcánicas ocurren muy esporádicamente. En realidad, cada día hay unas veinte de diferente intensidad.
Tampoco habría que olvidar que, en contra de lo que creen los seudoecologistas, la naturaleza es una fuerza invencible. No hay construcción humana que se le resista. Las avalanchas y corrimientos de tierras sepultan carreteras, puentes, viviendas y poblaciones completas. Las montañas se derrumban y el barro llena los valles. En junio la localidad de Baños de Agua Santa, en Ecuador, fue sepultada por numerosos corrimientos de tierra provocados por las lluvias torrenciales.
En setiembre un corrimiento de tierras sepultó un pueblo en Vietnam.
El año pasado se produjo un incendio especialmente grave en Hawai que devastó la ciudad de Kula y causó 120 muertes, es decir, la mitad de la cifra mundial de aquel año, y la segunda más letal en el período 2000-2023.
El año pasado hubo pocas inundaciones, pero una particularmente grave en el Congo causó casi 3.000 muertes.
El terremoto que sacudió a Siria y Turquía en febrero del año pasado provocó 55.000 muertos y 120.000 heridos. Se trata del más importante desde el de Haití de 2010.
Los huracanes no sólo derriban las murallas más altas, sino que su radio de acción se prolonga por las regiones que atraviesan, dejado un rastro de destrucción. Uno de los más conocidos fue el huracán Katrina, que se desató en 2005. Un millón de personas fueron evacuadas y la población de Nueva Orleans se redujo a la mitad. Resultaron dañadas por la tormenta el 70 por cien de las viviendas ocupadas de Nueva Orleans.
En 2022 el huracán Ian destruyó los rompeolas de Florida y una semanas después otro huracán, el Nicole, derribó numerosos edificios altos que cayeron al Océano Atlántico.
Los lagos se secan y otras regiones se inundan. Hace unos días anunciamos que al sur de Marruecos había reparecido el lago Iriki en medio de las arenas y hace diez años reapareció otro en mitad del desierto tunecino, que cubre un área de unas 1,5 hectáreas y tiene más de 15 metros de profundidad en algunas zonas.
Lo mismo ocurrió en febrero en una de las regiones más secas de Estados Unidos: el Valle de la Muerte, en California. La aparición del lago se debió a las fuertes tormentas y los medios dijeron que era temporal, aunque en realidad no lo sabían.
En 2022 el lago Sawa, en Irak, se secó por primera vez en siglos y los seudoecologistas se frotaron las manos: era una consecuencia del cambio climático. Pero dos años después, en el mismo Irak, apareció lo que los medios calificaban como un “mar” en medio del desierto. Sin embargo, que un lago aparezca en medio del desierto “es más común de lo que parece”, decía un medio, añadiendo que ya “existía hace cientos de años, tal y como han mostrado algunas escrituras antiguas que han dado datos de cómo era antes. Un mar que es en realidad un lago interior que ha vuelto a aparecer después de años en el que se creía que habría llegado a su fin de forma definitiva”.
Como todo en la naturaleza, los lagos son temporales, se llenan y se vacían. Uno de ellos es el Aral, como ya expusimos. Otro es el Poopó que, con 3.000 metros cuadrados, es la segunda extensión de agua dulce de Bolivia.
A lo largo del siglo XX el Poopó estuvo completamente seco entre 1939 y 1944 y entre 1994 y 1997, mientras que entre 1969 y 1973 quedó reducido a unos cuantos charcos salados. Pero el lago ha vuelto todas las veces: regresó en los años cuarenta, volvió en los setenta y a principios de 2017.