*** "Aquellos chalados en sus locos balones": La situación del baloncesto europeo ***
Estamos en una especie de comedia absurda, donde los actores no son conscientes del ridículo que hacen —igual que en la película—, y todo ocurre entre carreras sin rumbo claro, decisiones temerarias y una peligrosa desconexión de la realidad.
Aquellos chalados en sus locos balones
La escena podría comenzar con una pista de aterrizaje en mitad del desierto de Abu Dhabi. No hay balones botando, no hay tableros ni redes; solo el aire denso de un dinero sin patria y un sol que cae como plomo. Allí llegan ellos, los representantes del baloncesto europeo, en trajes de lino y gafas de sol, como si vinieran a pactar la paz mundial. En realidad, traen consigo una idea: jugar a ser globales. O mejor dicho, vender la ilusión de que el baloncesto europeo tiene sentido lejos de Europa.
Mientras tanto, en los despachos refrigerados de las altas esferas, los dirigentes aprietan manos, posan para fotos y firman acuerdos con sonrisas de catálogo. Nadie habla del aficionado que va en metro al pabellón de Kaunas o de Belgrado. Nadie recuerda que el baloncesto europeo, con sus derbis balcánicos, sus gradas encendidas y su alma obrera, no cabe en los salones de mármol del Golfo.
Todo esto recuerda, inevitablemente, a aquella película de 1965: "Aquellos chalados en sus locos cacharros". Una carrera disparatada de vehículos imposibles y personajes aún más extravagantes, todos corriendo sin saber bien por qué ni hacia dónde, envueltos en humo, gritos y confusión.
El paralelismo es brutal: sustituye los coches por intereses corporativos, los pilotos por directivos de Euroliga, y las rutas caóticas por decisiones estratégicas que parecen escritas por un guionista con fiebre.
Pero la historia no acaba en el desierto. No, hay más.
Porque en medio de todo este circo, la política mete la mano. Rusia queda fuera de las competiciones, como castigo por una guerra que nadie entiende del todo pero que todos condenan, al menos de cara al público. Es una decisión cargada de moral, pero también de cálculo. Como si el deporte tuviera el poder de redibujar fronteras o detener misiles. Como si excluyendo a un país con arsenal nuclear de un torneo de baloncesto se pudiera evitar una tragedia global.
Uno no sabe si reír o llorar. Como en aquella película, donde los coches volaban, explotaban o se perdían en un barranco, y los pilotos seguían adelante como si nada, convencidos de que el fin justifica el caos. Así están hoy los dirigentes: conduciendo sus locos cacharros por autopistas sin mapa, ajenos al polvo que levantan y a los que se quedan tirados en la cuneta.
Y el baloncesto, mientras tanto, mira desde el asiento trasero. Atado con un cinturón de oro, rumbo a un destino que nadie se ha detenido a preguntar.
Pero la historia no acaba en el desierto. No, hay más.
Porque en medio de todo este circo, la política mete la mano. Rusia queda fuera de las competiciones, como castigo por una guerra que nadie entiende del todo pero que todos condenan, al menos de cara al público. Es una decisión cargada de moral, pero también de cálculo. Como si el deporte tuviera el poder de redibujar fronteras o detener misiles. Como si excluyendo a un país con arsenal nuclear de un torneo de baloncesto se pudiera evitar una tragedia global.
Uno no sabe si reír o llorar. Como en aquella película, donde los coches volaban, explotaban o se perdían en un barranco, y los pilotos seguían adelante como si nada, convencidos de que el fin justifica el caos. Así están hoy los dirigentes: conduciendo sus locos cacharros por autopistas sin mapa, ajenos al polvo que levantan y a los que se quedan tirados en la cuneta.
Y el baloncesto, mientras tanto, mira desde el asiento trasero. Atado con un cinturón de oro, rumbo a un destino que nadie se ha detenido a preguntar.
Predicando en el Desierto
Miguel A Soto
Película
http://ok.ru/video/7310082116278