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LA ONU HA FIJADO EL 21 DICIEMBRE "DÍA MUNDIAL DEL BALONCESTO".


La Asamblea General de las Naciones Unidas ha proclamado el 21 de diciembre como el Día Mundial del Baloncesto, reconociendo así el impacto universal y transformador de este deporte.

Más allá de las canchas y las canastas, el baloncesto se ha elevado como un símbolo de paz, desarrollo, igualdad y empoderamiento.

HISTORIA

Los inviernos en Nueva Inglaterra son muy duros. El frío y la nieve llegan con puntualidad cada año, y en 1891 no fue diferente. Para James Naismith, además, aquel frío y sus campos nevados constituían un reto por segundo año consecutivo. Como empleado de la YMCA (Asociación Cristiana de Jóvenes) de Springfield, en Massachusetts, entrenaba al equipo de fútbol americano del centro, y quería evitar que el invierno se convirtiera en tediosos ejercicios de gimnasia a cubierto. Sus alumnos se aburrían; él también.

Naismith, nacido en Ontario en 1861, acababa de cumplir 30 años. Hijo de un emigrante escocés, recordó un juego que practicaba en su infancia en Canadá, donde el rigor del invierno no es menor que en Nueva Inglaterra. Según se recoge en los diarios del profesor, hallados en 2006, aquel juego de infancia, llamado duck the rock y que consistía, a grandes rasgos, en derribar una piedra con otra lanzada a una distancia de cinco metros, le inspiró para definir un nuevo deporte.

O, al menos, una salida del paso de esta situación. En lugar de piedras, habría que lanzar balones. Balones de fútbol, de soccer, en terminología norteamericana. Y en vez de derribar una roca, se introduciría el balón en un cesto. En el gimnasio de la YMCA había unos cestos de melocotones vacíos. Los instaló sobre el dintel de la puerta del gimnasio, que estaba a 10 pies (3,05 m) de altura. Y retó a sus alumnos a introducir la pelota, lanzada a distancia, en los cestos. Llamó a ese juego basketball. Cesto-balón. Todavía hoy, fruto de esa arbitrariedad, la altura reglamentaria de las canastas de baloncesto es de exactamente 3,05 metros.

El profesor buscaba un juego que se adecuase a las ideas de la YMCA. Es decir, un juego en el que la violencia no fuese necesaria –el fútbol americano, a finales del XIX, era de una rudeza extraordinaria– y en el que imperase el espíritu de equipo.




Por eso, cuando reunió a los 18 jóvenes a los que entrenaba, les explicó que en este nuevo deporte los contactos serían considerados falta, y el jugador en posesión del balón no podría desplazarse. “Si no tenemos que placar, la dureza será eliminada”, dejó escrito en sus diarios. De esta forma, además, protegía a los jugadores de lesiones y les forzaba a trabajar en equipo. El pase, compartir la pelota de juego, sería el arma principal del recién nacido deporte.

Naismith, en todo caso, no tenía muy claro que el nuevo juego calase entre sus alumnos. Un juego sin contacto físico y en el que los movimientos eran limitados le hacía desconfiar de su invención. Pero la realidad mostró todo lo contrario: “Tras pocos minutos de juego, no me quedaba duda de que iba a ser un éxito. Los jugadores parecían disfrutar profundamente [...], en especial, del esfuerzo por evitar el contacto con sus oponentes”.

Naismith murió en 1939, a los 78 años, en Lawrence, sede de la Universidad de Kansas. Veinte años después, en la Springfield en la que inventó aquel deporte se inauguró el Naismith Memorial Hall of Fame, el salón de la fama del baloncesto, que alberga documentación histórica y honra a los mejores jugadores y entrenadores de este deporte. Un deporte que empezó con un innovador y un par de cestos de melocotones y que hoy practican, según datos de la Federación Internacional de Baloncesto, cuatrocientos millones de personas.