*** Jugando a ser príncipe: comienzan los fichajes de extranjeros en los clubes amateur "sin ánimo de lucro" ***
Instalaciones de primer nivel, fichajes extranjeros de dudoso currículum, redes sociales con estética profesional, ruedas de prensa impostadas y coberturas mediáticas que —si uno no afina el ojo— apenas permiten distinguir si estamos ante un equipo de ACB o un grupo de amigos que juegan en 4ª o 5ª categoría amateur del baloncesto español.
Todo este teatro de oropel genera una pregunta incómoda:
¿estamos ante una sociedad infanticida, que destruye su esencia en busca de una fantasía inalcanzable? ¿O simplemente nos domina la envidia de ser menos, y nos inventamos coronas para disfrazar nuestra mediocridad?
La máscara como proyecto
La lógica detrás de este fenómeno es clara: si no pareces exitoso, no existes. No basta con competir, formar, participar o disfrutar. Hay que aparentar profesionalismo, aunque el vestuario siga oliendo a humedad y los salarios —si los hay— lleguen tarde.
En ese empeño por parecer, se invierte más en la portada del álbum que en la música que contiene.
Los clubes —algunos sin estructura ni base social sólida— alquilan instalaciones de élite, firman jugadores extranjeros sin conocer su historial más allá de un vídeo de highlights y lanzan campañas de redes que harían enrojecer de envidia a entidades con historia. Todo para alimentar una ficción que dura lo que dura el presupuesto o el ego del presidente de turno.
¿Aspiración o delirio?
No se trata de despreciar la ambición. Soñar es parte esencial del deporte. Pero una cosa es proyectarse con sentido, y otra muy distinta es perder el contacto con la realidad.
Porque cuando el amateurismo se maquilla como profesionalismo sin estructura, sin planificación y sin alma, lo que se construye no es un proyecto, sino una mentira con fecha de caducidad.
Es entonces cuando la frustración se vuelve tóxica: jugadores que se sienten estafados, entrenadores que trabajan gratis mientras se ficha “nombrecitos” de fuera, y aficiones confundidas que no entienden cómo algo que parecía grande terminó siendo humo.
Matar lo auténtico
En ese intento de "ser más", muchos terminan renunciando a lo que eran. Se mata lo genuino. Se desprecia lo local. Se olvida que los clubes pequeños, los verdaderos, tienen una riqueza que no se compra con focos ni escudos rediseñados: el arraigo, el esfuerzo, la comunidad, la pasión sin filtros.
Esa es la nobleza verdadera del baloncesto modesto. No necesita castillos ni tronos, porque tiene cimientos. Pero cuando se abandona esa esencia por parecer lo que no se es, cuando se juega a ser príncipe sin haber sido aún escudero, lo único que se consigue es convertir el sueño en farsa.
La dignidad del barro
Quizás no sea envidia lo que impulsa esta locura. Quizás sea miedo. Miedo a no ser vistos, miedo a no gustar, miedo a no tener likes. Pero el baloncesto—como la vida— no se construye desde el miedo, sino desde la autenticidad.
Y en un mundo donde todos quieren ser algo que no son, defender lo que uno verdaderamente es se ha vuelto un acto revolucionario.
Ojalá algún día entendamos que no hay nada indigno en el barro. Que ser pequeño, pero real, tiene más valor que fingir ser grande. Que los príncipes de cartón duran un suspiro, pero los clubes honestos, aunque humildes, pueden durar toda una vida.
Predicando en el Desierto
Miguel A Soto
