
Una de las cosas que yo trataba de transmitir siempre a mis jugadores como entrenador, es que no debían arrugarse ante nadie y ante nada, el amor propio y la dignidad lo primero, quizás porque uno venía de haber estado jugando mucho en la calle de pequeño y luego del ejército, donde estuve haciendo el servicio militar voluntario de cabo, uno estaba acostumbrado a mandar a la tropa. A veces el miedo a perder, a quedar mal, encoge la muñeca, pero lo que no se puede perder son las ganas de triunfo, el coraje y la tranquilidad de haber hecho bien las cosas, esto diferencia a los mejores de los perdedores, se puede ser condescendiente pero no tonto.