*** De Dr. J a Jordan: las superestrellas que hicieron del vuelo un lenguaje ***
El primero gran profeta de esta nueva sensibilidad fue Julius Erving, “Dr. J”. Antes de que la NBA se alabara por sus vuelos, él ya estaba suspendido en el aire, desafiando la lógica con mates que parecían coreografías. Dr. J no solo anotaba: dibujaba trayectorias imposibles, arqueaba el cuerpo con una elegancia que transformaba la violencia del salto en pura armonía. Con él, el público descubrió que un mate podía ser una obra de arte.
Luego llegó Michael Jordan, la síntesis perfecta entre potencia, imaginación y narrativa. Jordan no saltaba: se elevaba. Y en ese instante suspendido en el que el tiempo parecía detenerse, el baloncesto cruzaba una frontera: ya no era solo juego, era poesía física. Cada una de sus penetraciones, cada dribling calculado, cada giro improvisado tenía una intención estética. Jordan ejecutaba, pero también comunicaba. Su cuerpo decía algo.
Rodeando a estas figuras surgieron otros: Dominique Wilkins, Magic Johnson, Clyde Drexler. Cada uno añadió una variación al vocabulario del espectáculo:
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Wilkins, la potencia hecha arte;
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Magic, la creatividad lúdica que convertía cada pase en una sorpresa;
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Drexler, el deslizamiento elegante que parecía un largo suspiro sobre el parquet.
Lo que hicieron estas superestrellas fue más que jugar bien. Convirtieron el baloncesto en un relato visual, y a la NBA en el hogar natural del asombro. Ellos demostraron que la espectacularidad no era un adorno, sino un modo de ser. Y la liga comprendió que ese modo de ser era su mayor tesoro.






