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*** El talento español no muere: se desperdicia ***

 

España sigue produciendo jugadores brillantes, pero un sistema sin rumbo ni conexión con la educación los condena al anonimato. El problema no es de genio, sino de gestión.

El jugador español no profesional encarna una de las formas más puras del deporte: la pasión sin salario, el esfuerzo sin contrato y la entrega sin recompensa más allá del propio juego. 

Son miles los que entrenan, compiten y se sacrifican en ligas modestas, compatibilizando estudios o trabajo, movidos por algo que trasciende lo económico: el amor por el baloncesto. En su manera de jugar —inteligente, colectiva, expresiva— pervive una huella cultural que va mucho más allá de una pista.

España fue, en los tiempos de Al-Ándalus, una de las grandes culturas del mundo. Tierra de mezcla, de ciencia y de arte, donde el conocimiento y la creatividad eran valores esenciales. 

Esa sensibilidad —esa forma de entender la vida a través del pensamiento y la belleza— sigue presente en el carácter español. Y también, de algún modo, en su forma de jugar: inteligencia por encima de fuerza, intuición sobre sistema, improvisación antes que rigidez.

No es casualidad que de esta tierra nacieran mentes como Ortega y Gasset o Federico García Lorca. Su espíritu —la reflexión, la pasión, la búsqueda de sentido— está también en ese jugador que piensa, siente y se expresa dentro de una cancha. 

El talento español, en cualquier disciplina, siempre ha tenido algo de arte y algo de rebeldía.



¿Hemos ido hacia atrás?

En ciertos aspectos, sí. España sigue produciendo talento, pero el sistema ya no acompaña. Donde antes existía una escuela de pensamiento y formación, hoy hay más dispersión, menos paciencia y estructuras deportivas poco conectadas con la educación. No es que el talento se haya perdido, sino que no se canaliza.

El problema no es de capacidad, sino de estructura. 

Mientras otros países construyen sistemas que acompañan al jugador en su desarrollo, España sigue confiando en la chispa individual, en el genio que aparece pese a todo.

Y aunque esa espontaneidad tiene una belleza indudable, también tiene un precio: el talento que no encuentra su cauce acaba por diluirse.



Predicando en el Desierto
Miguel A Soto