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*** Basket de Barrio en Tiempos de NBA: Resistir es Crear ***

 
Desde hace años venimos observando cómo el baloncesto europeo —y particularmente el español— va cediendo espacio, protagonismo e identidad ante el avance implacable del modelo NBA. Lo que antes era una estructura rica en formación, valores de club, compromiso local y paciencia con el talento, hoy se tambalea ante el brillo del espectáculo global, los fichajes relámpago y la promesa de contratos millonarios más allá del Atlántico.

Y no, no me parece un avance. Me parece una pérdida.
 
 ¿Quién gana aquí?

Gana la NBA, por supuesto. Ganan sus patrocinadores. Ganan los clubes que pueden permitirse ser parte del show: los que compran talento joven, lo exhiben en torneos internacionales y lo venden con etiqueta de élite antes de que cumpla 20. Ganan los medios, las redes sociales, las marcas que convierten a los jugadores en influencers.

¿Y quién pierde?

Pierden los clubes que entrenan bajo lluvia en pistas descubiertas, los que recogen las botellas después de cada partido, los que imprimen las hojas de inscripción en casa y pagan la luz del pabellón con rifas. 

Pierden los chavales que juegan en colegios y clubes humildes, que entrenan tres días por semana sin becas, sin visores, sin un fisio. Pierden también sus familias, que aún creen que el deporte es un espacio de formación, no un trampolín económico.

Y sobre todo, pierde el baloncesto como cultura, como experiencia compartida, como identidad de barrio o ciudad.
 
De la cancha al circo, versión infantil

Hoy, muchos torneos de base se han convertido en vitrinas de músculo precoz, no de talento trabajado. 

Equipos ACB fichan a chicos extranjeros de 14 o 15 años que ya destacan por su físico, y los colocan en ligas infantiles o cadetes donde arrasan. ¿El resultado? Equipos locales que pasan a ser sparrings, que pierden por 50 puntos pero tienen que aplaudir porque “han jugado contra un futuro NBA”.

¿De verdad esto es formación?


Cuando ves a un club de colegio competir contra una cantera con chicos que no hablan el idioma, que cobran y que no conocen ni el nombre de su entrenador local… te das cuenta de que algo se ha roto.
 
¿Y ahora qué? ¿Solo nos queda mirar y aplaudir?


No. Resistir no es solo quejarse: es crear una alternativa.


Los clubes de base pueden, y deben, unirse. Para proteger al jugador local, para volver a valorar el esfuerzo frente al espectáculo, para demostrar que se puede competir sin hipotecar la identidad. 

Aquí algunas ideas que no requieren millones, solo voluntad:

Crear torneos paralelos, solo para clubes sin fichajes externos.
Presionar a las federaciones para revisar cupos, normativas y derechos de formación.
Visibilizar historias reales de clubes pequeños, con jugadores que eligen quedarse.
Reforzar los lazos con el entorno local: colegios, barrios, familias.
Formar entrenadores con vocación, no con mentalidad de cazatalentos.
 
 El valor de decir “no”

Quizá la respuesta más valiente hoy sea decir “no quiero ser parte de ese circo”. No quiero tener que fichar a un chico de Senegal para ganar un campeonato infantil. No quiero que mi jugador más pequeño deje de jugar porque “no tiene proyección física”. No quiero que mi club sea un trampolín que nadie recuerda.

Quiero que el baloncesto siga siendo eso que nos hizo quedarnos después del entrenamiento, barrer la pista, corregir la entrada de derechas, discutir una defensa zonal mal hecha, celebrar un triple en el último segundo… no porque lo vio medio mundo, sino porque estaban tus padres, tu entrenador, tus amigos, tu club.

La NBA no tiene la culpa de querer crecer. Pero nosotros sí somos responsables de cuánto dejamos que crezca dentro de nuestra casa.

Podemos seguir entregando el baloncesto a los focos, o podemos reconstruirlo desde la raíz. No es una guerra, pero sí es una elección.

Y en mi opinión, el baloncesto de verdad todavía se juega en el barrio, en silencio, sin contratos, sin scouts, sin cámaras… y con el corazón.
 

Predicando en el Desierto
Miguel A Soto