*** El día después del último aplauso ***
Cuando las estrellas del baloncesto no saben soltar el balón, ni los focos. Ego, dinero y miedo al olvido detrás de las carreras que nunca terminan del todo.
Hay un momento en toda carrera deportiva en que el cuerpo dice basta. Las rodillas crujen, los minutos bajan, los números ya no brillan. El aplauso se vuelve suave y el banquillo, largo. Pero curiosamente, muchas estrellas de la NBA (y del deporte en general) no se van. Cambian de rol, de silla, de canal... pero no de escenario.
Y uno se pregunta: ¿por qué no se van a casa como todo el mundo? ¿Por qué tantos exjugadores siguen orbitando alrededor del balón como si no supieran vivir sin él? ¿Es por amor al juego... o por amor al cheque?
Spoiler: es por todo eso. Pero, sobre todo, es por no saber dejar de ser alguien.
Spoiler: es por todo eso. Pero, sobre todo, es por no saber dejar de ser alguien.
No saben quiénes son sin una pelota en la mano
Para muchos jugadores, el baloncesto no fue solo una profesión. Fue su forma de vida, su identidad, su pasaporte social. Desde los 10 años fueron "el bueno", el que destacaba, el que salvaba partidos. A los 20 eran millonarios. A los 30, leyendas. Y a los 35... ¿qué?
Cuando termina la carrera, no solo pierden el sueldo. Pierden el vestuario, el ritual, la cámara lenta, el respeto automático. Pierden el sentido de quiénes eran. Entonces, buscan una forma de seguir “jugando”, aunque sea con traje y micrófono.
La pasta también importa (más de lo que dicen)
Claro, muchos ganaron fortunas. Pero también gastaron como si el contrato nunca fuera a acabarse. El retiro financiero es un mito cuando tu vida entera costaba medio millón al mes.
Entonces, ¿qué queda? Agarrar el puesto de comentarista en ESPN, aceptar el rol de embajador, colarse como asistente en un banquillo cualquiera. Cualquier cosa que suene a baloncesto y venga con un cheque al final del mes.
Porque hay algo que nadie dice pero todos saben: no hay retiro dorado cuando vives como rey y ahorras como rookie.
Porque hay algo que nadie dice pero todos saben: no hay retiro dorado cuando vives como rey y ahorras como rookie.
El ego no firma su jubilación
Muchos no siguen por necesidad. Siguen porque el silencio los asusta. Están acostumbrados a que todo el mundo gire alrededor de ellos: fans, medios, patrocinadores, cámaras. Cuando eso desaparece, se sienten fuera del juego... aunque sigan en el planeta.
Entonces, aparece el síndrome del micrófono fácil. Comentar partidos que ya no podrían jugar, dar lecciones que no siempre aplicaron, o sentarse en el plató a decir que "en mis tiempos no se regalaban tantos puntos". El ego no se jubila. Se recicla.
¿Y el amor al juego?
Claro que hay quienes siguen porque realmente aman el baloncesto. Y sí, hay mucho que enseñar desde el otro lado de la cancha. Pero ojo: incluso el amor al juego puede ser una excusa para no soltar. Porque aceptar que ya no se es protagonista duele. Y quedarse cerca, aunque sea en un rol menor, es menos doloroso que irse del todo.
Final del partido
Lo que muchos exjugadores no entienden es que el foco, tarde o temprano, se apaga. Y cuanto más luchan por mantenerse iluminados, más evidente es la sombra.
No todos saben retirarse con elegancia. Algunos lo hacen tarde. Otros, nunca. Porque irse a casa, de verdad, es aceptar que ya no eres el centro de la historia. Y eso, para quien vivió como mito, es el peor partido que se puede perder.