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*** Los últimos quijotes del baloncesto español en un país donde todo tiene un precio ***

  

En una España donde el mercado marca el pulso, donde el “tanto tienes, tanto vales” parece haberse convertido en un lema no escrito, el baloncesto vive una tensión silenciosa entre lo que fue, lo que es y lo que aún podría ser. 

En un tiempo en el que las grandes marcas mandan, las franquicias crecen y los proyectos se miden en millones, uno podría pensar que los quijotes del baloncesto han desaparecido. 

Pero no: siguen ahí. Solo que ahora cabalgan lejos del foco.

Los modernos quijotes no llevan armadura, ni yelmo, ni escudo. Llevan pizarras gastadas, plantillas cortas y presupuestos que no cuadran. Son los entrenadores de cantera que, pese a las llamadas de la realidad, apuestan por formar antes que fichar. 

Son los clubes modestos, los que sostienen el baloncesto de verdad desde pabellones donde el frío entra por las rendijas, pero el sacrificio calienta más que cualquier calefacción central.

También son quijotes los jugadores que eligen pertenencia por encima de sueldo; los que se quedan porque ese club, ese barrio, ese escudo, les dice más que una cifra con dos ceros más. “Es mi casa”, dicen. Y en ese gesto, casi revolucionario, hay una épica silenciosa que no se televisa.

Pero quizá los héroes más invisibles sean las aficiones. No esas que esperan al estrellato o los grandes fichajes, sino las que animan en autonómicas, en pabellones lejanos donde la megafonía apenas funciona y donde los niños corren por las gradas porque todavía nadie les ha dicho que el deporte es un producto. 

Esa gente que llena canchas sin estrellas, que cumple rituales sin focos, es la que sostiene el baloncesto español contra viento, marea y mercado.

Y entre todos ellos, una figura aún más silenciosa: los voluntarios

Los que montan canastas, pintan líneas, hacen actas, llevan estadísticas, ordenan camisetas, preparan bocadillos o trasladan equipos en coches particulares. Sin contrato, sin cámaras, sin gloria. Solo por amor a un juego que, pese a todo, sigue siendo suyo.

Lo cierto es que el baloncesto español no ha perdido a sus quijotes. Siguen existiendo en cada rincón donde se prioriza el espíritu sobre el precio, la entrega sobre el contrato, “el nosotros” sobre “el yo”. En un país donde todo parece tener un coste, ellos insisten en recordar que el valor no siempre se mide en euros, sino en compromiso.

Quizá la pregunta no sea si aún quedan quijotes, sino si sabremos reconocerlos antes de que los gigantes —llámense presupuestos, negocios, derechos televisivos o competiciones globales— terminen por taparlos con su sombra.

Porque mientras haya alguien dispuesto a enfrentarse a esos gigantes, aunque sean molinos disfrazados, el baloncesto español no habrá perdido su alma.



Predicando en el Desierto
Miguel A Soto